Las piedras de moler eran necesarias para que en los molinos se transformase el cereal en harina. Desde que se conoce la agricultura existen los molinos, manuales en sus inicios, que se fueron transformando en ingenios cada vez más técnicos para aumentar su rendimiento. En el molino harinero las muelas (errotarriak) friccionaban mediante la energía proporcionada por el salto de agua (molino hidráulico) o mediante el tiro de un animal (molino de sangre), y en otras pocas ocasiones por el viento (molino de viento). Hoy vemos parques eólicos en algunos de nuestros montes: son los modernos molinos eólicos que han modificado el paisaje de los cordales que separan algunas divisorias de aguas y que producen energía eléctrica ‘verde’, en vez de blanca harina en el fondo de los valles.
Casualmente en algunos de esos lugares donde han sido instalados los molinos eólicos, parques eólicos con grandes aerogeneradores que se divisan desde la distancia, es donde se fabricaban las preciadas y necesarias piedras de molino, muelas de roca áspera y muy dura, generalmente arenisca. La caliza no es una roca adecuada para esa función. Las muelas se elaboraban en el monte y luego se bajaban a cada molino por antiguos caminos con lera (narria) o carro (gurdia, orga). También está documentado el uso de la horquilla de una gruesa rama (ahardia).
La investigación de campo que realizo desde hace casi 10 años, proyecto Errotarri, trata de recuperar las canteras donde se elaboraban estas piezas tan necesarias para la alimentación y que generaban abundantes ingresos por su elevado precio unitario de hasta 15 ducados en el siglo XVII, equivalente a unas 8000 tejas o a 10 ovejas con sus crías. Un molino averiado era una tragedia y un negocio de cliente cautivo para el cantero molero.
El monte era el taller a donde subían los carboneros, los pastores, los castañeros, así como los canteros moleros, siendo este un oficio ya en declive desde hace unos 150 años, del que muy poca información ha sido recuperada, con escasas excepciones. Los moleros vivían en el monte hasta finalizar por completo la piedra que elaboraban. Hemos localizado algunas de las viejas chabolas donde pernoctaban e incluso sus herramientas y otros utensilios. Encontrar una cantera con restos es bastante complicado pues la montaña es muy extensa. Hay que revisar metódicamente el suelo con ojos de ver esas muelas, cubiertas de musgo y otros vegetales en la mayor parte de los casos, que yacen abandonadas desde hace varios siglos.
He localizado canteras con muelas rotas y esparcidas a cotas de 1440 m (Baigura, Urraúl Alto), a 1300 m (Arroriano, Zigoitia), a 1240 m (Oderiaga, Orozko), a 1235 m (Egide, Anue), a 1025 m (Burgamendi, Barrundia) y a 975 m (Oiz, Berriz), por citar solo unos ejemplos. En realidad no solo en el monte se labraban esas muelas, sino allí donde los moleros encontraban rocas adecuadas, incluso en la orilla del mar, como es el caso de tres canteras que ya he investigado en Mendexa y en Mutriku.
He tenido la suerte de que algunos montañeros, cazadores, guardas forestales y ciertos colaboradores que han aprendido a mirar al suelo, me han ayudado a localizar esos vestigios y a catalogar algo más de dos centenares de canteras moleras, donde antes solo eran conocidas un puñado de ellas.
Javi Castro – Departamento de Etnografía – Aranzadi Zientzia Elkartea
Para más información sobre el proyecto a nivel europeo puede consultarse http://meuliere.ish-lyon.cnrs.fr/; o ver video ilustrativo en https://www.youtube.com/watch?v=c0vsQY6jrHU.