Arrinconadas en el sabayao, y frecuentemente rotas o maltrechas, algunas viejas vasijas de cerámica han sobrevivido al uso y al inevitable paso del tiempo. Otras, las menos, pero cada vez más, se exhiben limpias y cuidadas en un lugar preferente de la casa. Muchas veces no nos ponemos de acuerdo a la hora de darles nombre, y en el vocabulario popular se entremezclan y se confunden conceptos como puchero, tinaja, cántaro, olla, escudilla, tartera, jarra…; y sin embargo todas tienen en común el hecho de haber sido elaboradas artesanalmente y el hecho de haber cumplido una importante función en la tarea doméstica de conservar, cocinar y servir los alimentos.
Cuando estas líneas escribo estoy pensando concretamente en el gremio alfarero de Lumbier, hombres y mujeres que mantuvieron viva en esta localidad navarra la actividad alfarera hasta los pasados años sesenta, después de siglos y siglos de tradición ollera, al menos desde el siglo XVI, merced a las buenas tierras que extraían de los parajes de Lardin (tierra roya) y de Larana (tierra blanca), tierras que empleaban mezclándolas en la proporción adecuada en función del tipo de vasija que fuesen a hacer, que las amasaban inicialmente con los pies descalzos para continuar después con las manos.
Ciertamente en Lumbier ya no se ven las vasijas puestas a secar, ni se ve al alfarero darle vueltas al torno con el pie mientras moldea con sus manos o maneja con habilidad la escaveta, ni se les ve a ellas dar los barnices para conseguir el vidriado, ni se acarrean las cargas de boj con los burros desde la Costera, ni se encienden los hornos para cocer los pucheros, ni salen ellas y ellos a vender de casa en casa y de pueblo en pueblo. No… todo se apagó, la porcelana y el plástico pedían paso en nombre del progreso.
Apagándose aquellos hornos se apagaron también sagas alfareras como los Beroiz, los Goyeneche, los Napal, los Pérez, los Rebolé… Vinieron nuevos tiempos en los que ya no se ponían los pimientos en vinagre, ni la carne en adobo, ni se hacía el arroz en la tartera; en la mesa la porcelana y la loza le ganaron la batalla al barro, a las gallinas se les ponía ya el agua en latas, los pies se calentaban en la cama usando bolsas de goma, y se sulfataba la vid con otros artilugios mucho más modernos… por poner tan solo algunos ejemplos de la evolución que se vivió en la segunda mitad del siglo XX.
En Lumbier calles como la de las Cruces, la de los Olleros, el Arrabal, o el Gallarape, perdieron en buena medida el pulso vital que siempre habían exhibido. Y sí… también se apagó la vida de aquella última generación de artesanos: Gabriel, Francisco, Juan José, Julián, Blas, Justo, Hilario…; sin olvidar que detrás de todos estos nombres masculinos siempre estaba también el buen hacer de sus esposas, hijas, madres, abuelas, bien sea en su papel de barnizadoras, de amasadoras, de poner a secar, de acarrear el boj, o de salir a vender. Siempre, siempre, siempre, detrás de cada vasija lo que había era un equipo mixto de trabajo. Por eso no hablamos ya de alfareros, sino de manos alfareras; esta es la frase, “manos alfareras” que este año 2021 da nombre en Lumbier a todo un proyecto editorial de recuperación, salvaguarda y difusión de la memoria alfarera, en torno al cual han cerrado filas y han hecho piña, sin excepción ni fisuras, los descendientes de estas últimas generaciones. Estamos ante un gremio de artesanos que, aunque “apagado”, tiene voluntad de seguir estando vivo en la memoria de sus paisanos y paisanas, tiene voluntad de seguir generando orgullo y de seguir siendo identidad.
Fernando Hualde – Etnógrafo – Labrit Patrimonio
Muy interesante artículo y les deseo que ese proyecto » manos alfareras» sea bien gestionado.