No escribo esto en Los Ángeles, pero sí es noviembre de 2019, la fecha en que transcurre la película de Ridley Scott Blade Runner (EUA, 1982). La primera vez que vi este film, con música de Vangelis, quedé impactado. Con el paso de los años alcancé a ver varias versiones distintas, incluido el montaje final de 2007, con el control total del director. Después descubrí que para muchos espectadores es un trabajo cinematrográfico de ciencia ficción sin mayor mérito; sin embargo para unos cuantos se trata de algo más que una obra maestra.
La tecnología digital, la robótica y la inteligencia artificial no han llegado al punto que nos muestra la película, pero están aquí, están para quedarse y avanzan a velocidad creciente.
Desde la perspectiva tecnológica, del inicio del último milenio hasta mi infancia el mundo cambió menos que lo que ha hecho a lo largo de mi vida. Yo nací en una comunidad rural donde el medio de transporte cotidiano era el carro de madera arrastrado por una pareja de bueyes o de vacas. Pasé mi infancia, y en realidad toda mi vida, rodeado de animales: domésticos y silvestres. En el mundo distópico soñado por Philip K. Dick, autor del libro ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, en el que se basa la película, ya apenas quedan animales vivos y poseer uno constituye un lujo que a menudo es suplido por réplicas electromecánicas.
Lo cierto es que muchos de mis vecinos ganaderos de vacas de leche ordeñan ya con robots, y también son robots los que realizan algunas tareas menores, pero de momento no se parecen en nada a Roy Batty, el replicante Nexus-6 interpretado por Rutger Hauer.
Cuando cuento a los niños de mi pueblo cómo era mi vida a su edad, en los pocos ratos que están dispuestos a retirar su mirada de la pantalla del smartphone y prestarme atención, veo reflejada en sus rostros una expresión de extrañeza. Para ellos, no les hablo de algo pasado pero posible; hay tanta distancia entre su experiencia vital y lo que les relato que creo que me ven como a un ser procedente del ‘mundo exterior’.
Y entonces recuerdo el monólogo final de Roy Batty, un instante antes de morir, en una escena conmovedora e inolvidable: “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais…”.
Luis Manuel Peña – Departamento de Etnografía – Labayru Fundazioa