Sírveme el título de este artículo como metáfora para intentar explicar lo que llevo entre manos en algo más de 10 años de investigación sobre canteras de piedras de molino, las canteras moleras (Errotarri proiektua).
Lógicamente nunca se me habría ocurrido mezclar físicamente al sabio Einstein (1879-1955) con el otro sabio de Ataun (1889-1991), pero sí en parte sus preciadas investigaciones y algunos de los razonamientos de entre ambos. Y en ellos se sustenta la base de la investigación mediante el trabajo de campo y documental que he venido realizando en esta larga década, obteniendo hasta el presente la friolera cantidad de 332 zonas, donde se pueden observar canteras moleras con algo más de 1600 restos localizados.
Corría el año 2007 cuando leyendo una cita a Jose Miguel de Barandiaran en un artículo del etnógrafo donostiarra Antxon Aguirre Sorondo llegué hasta Saturraran (Mutriku), y allí catalogué la primera cantera molera con roca de conglomerado del Cretácico inferior. Barandiaran ya apuntó en 1928 que de aquella zona limítrofe con Ondarroa se extraían piedras de molino: “Con piedra extraída de los estratos de aglomerados de Saturraran labraba en otro tiempo ruedas de molino un hombre de Errotaberri-bekua” y siguiendo su pista no tardé en localizar otra cercana cantera en el lugar de Errotarrieta, aunque la pista para llegar a esta cantera no fue tan explícita del sabio de Ataun sino de los informantes locales que le conocieron. Todo hubiera quedado en una anécdota y pocas más canteras moleras habría llegado a catalogar, porque la información sobre ellas era más bien limitada, por la escasez de datos bibliográficos. Aquí entra en acción la sabiduría del físico Albert Einstein no con sus teorías sobre la relatividad y asuntos similares, sino sobre sus disquisiciones más o menos conocidas en forma de frases que se le atribuyen, tales como:
Así que después de la segunda cantera, tiré del hilo y llegó la tercera, y así sucesivamente siguió el goteo, de tal manera que en el año 2015 catalogué hasta 40 lugares, luego en el 2016 fueron 57 y el año 2017 cayeron otras 68, porque el pajar estaba lleno de agujas y me pinché bastantes veces.
No paró ahí la cosa y en mi método seguía manteniendo como guía a los dos sabios, amén de mezclar geología con nuevas tecnologías y bastantes pares de botas de monte. Conseguí además la ayuda de varios colaboradores, a los que no me fue difícil convencer de que estábamos haciendo lo que Barandiaran y Einstein hubieran hecho si se hubiesen conocido entre ellos: seguir buscando agujas en la ganbara, mientras se contarían historias sobre Mari y la velocidad con que la luz del rayo cruzaba de Anboto a Gorbeia.
Javi Castro
Departamento de Etnografía – Aranzadi Zientzia Elkartea