La devoción de las gentes de Orduña (Bizkaia) por la Virgen de la Antigua es muy anterior a la celebración de los ochomayos. La festividad se implantó el 8 de mayo de 1639, día en el que fue proclamada oficialmente patrona de la ciudad “para siempre jamás”. Cayó en domingo aquel año y se celebró con “fiestas de toros, máscaras e invenciones de fuego”, de ahí la tradición de que, por voto, el ochomayo deba contar con toros, cabezudos y fuegos artificiales.
Por mucho que las costumbres se hayan modificado en los últimos tiempos, el voto a la Virgen se mantiene. Cada 8 de mayo las autoridades suben en procesión general al santuario con el pendón municipal, que tradicionalmente porta la autoridad más joven, escoltado por los maceros/as de la ciudad y los/as alcaldes/as pedáneos/as de la Junta de Ruzabal, armados/as con sus picas ceremoniales. La marcha la encabeza la banda de txistus y clarines al son del zortziko de los días de banco —ochomayo y primer domingo de septiembre, día de la coronación—. Se cumple en Orduña con la tradición de que en tales días la corporación ocupe los bancos situados dentro del presbiterio del santuario, junto al altar mayor.
Concluida la misa, se gira la imagen de la Virgen para que la feligresía pueda subir por detrás del altar al camarín donde ella se aloja y besar la medalla que pende de su manto. A la salida, un aurresku ante las autoridades da por finalizado el acto de renovación del voto.
Sabemos que en el siglo XVIII cuadrillas de danzantes solían bailar los días 7 y 8 de mayo, pero no sabemos en qué consistían sus bailes ni cuándo los ejecutaban, si durante la procesión, en el interior del templo o tras la misa, como es el caso de las entradillas que los vecinos de Arrastaria protagonizan el día 9.
La figura de Bihotza, el que fuera txistulari municipal años atrás, en el siglo XIX, se ha tomado como símbolo de los ochomayos. Y es que el sonido del txistu ha ocupado, y aún ocupa, un lugar preponderante en la historia de Orduña, y más concretamente durante las celebraciones patronales de la ciudad.
También el fin de fiestas mantiene un protocolo más o menos invariable, cuyo momento álgido, al igual que en tantos otros lugares, se alcanza con la quema del muñeco festivo, acontecimiento que en los programas antiguos se anunciaba con el canto del miserere:
Miserere, miserere,
que todo el mundo se entere,
miserere, miserere,
que Bihotza se nos muere.
Antes de la quema, un último desfile de difuntos por las calles de la ciudad en compañía de una charanga que alterna los sones de la “La pasionaria”, marcha fúnebre de José Franco, con diversas canciones más alegres, porque ya falta menos para los ochomayos del año que viene. La cremación de Bihotza tiene lugar en la plaza, y hasta hace poco también se quemaba el pañuelo de fiestas. Los/as jóvenes valientes se meten en el agua del pilón, y mientras se escuchan sus lamentos cabe un guiño a los sanfermines, entonando una adaptación del pobre de mí pamplonés, que aquí en Orduña dice, o decía, así:
Pobre de yo, pobre de yo,
que se acaban las fiestas de ochomayo.
Koldo Ulibarri – UPV/EHU – Getxa Goi Txistu Taldea
Las citas bibliográficas corresponden a la obra Historia de Nuestra Señora de Orduña la Antigua de José Ignacio de Uriarte, Bilbao, 1883.
Puede asimismo resultar de interés un apunte anterior dedicado a las Entradillas de Orduña (Bizkaia).