Apuntes de etnografía

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Dientes de león. Luis Manuel Peña. Archivo Fotográfico Labayru Fundazioa.

El pasado invierno ha sido frío y lluvioso y está costando que aflore la primavera. Todavía se ven las cumbres, incluso las faldas, de los montes nevadas, lo que hace que cuando sopla el viento del noroeste, la sensación térmica sea heladora y penetre en nuestro cuerpo por los cuatro costados.

A pesar de todo, anticipando la primavera que muchas veces asociamos con el brote de las hojas verdes de los árboles caducifolios, ya en febrero han florecido las mimosas con esa flor amarilla tan llamativa y exuberante, que en esta época están espectaculares y se pueden encontrar junto a muchos caseríos y chalets, y cuyo perfume se siente desde la lejanía. Es un árbol que junto al laurel y la encina se siguen cultivando en nuestros caseríos. El laurel, con su flor amarillenta, acaba de utilizarse en la bendición del Domingo de Ramos. Dichos ramilletes se colocan en algún lugar de la casa, ordinariamente la cocina, y en el establo, donde se conservan durante todo el año hasta ser sustituidos por los venideros.

Otra planta que ya ha dado sus flores amarillas es el árgoma (otea). Este es el tiempo en que este arbusto de carácter espinoso está bonito y resulta grato. Sus puntas tiernas son apreciadas por los animales que pacen en los montes. Cuando es robusto y alcanza gran dimensión, con sus tallos se confeccionan varas muy estimadas y de gran belleza, realizándose en ellas incisiones que les dan mucha prestancia.

Los sauces y los mimbres también amarillean antes de brotar. Las llamadas ‘flores de san José’ (sanjose-lorak) y los dientes de león (Taraxacum officinale), conocidos en nuestra tierra como ‘meacamas’ exhiben ya sus flores amarillas. El diente de león gusta mucho a los niños, porque soplando sus vilanos se pide un deseo que dicen que se cumple. Se le atribuyen asimismo propiedades medicinales como planta depurativa.

Flores de nabo. Luis Manuel Peña. Archivo Fotográfico Labayru Fundazioa.

Otras plantas que muestran sus flores amarillas son la celidonia mayor (Chelidonium majus) y la menor (Ranunculus ficaria), ambas con usos medicinales; los botones de oro (Ranunculus sp.), que eran utilizados por los niños en sus juegos para dar de comer a los grillos que capturaban, por lo que recibían el nombre de ‘comida de grillos’; las ‘lechecinas’ (Sonchus oleraceus), que servían de comida para los conejos y que a veces invaden los prados excesivamente estercolados; o los tradicionales nabos (Brassica napus), cuyo cultivo va desapareciendo poco a poco de nuestras huertas. También los jarales y las retamas lucen ahora en nuestros montes como presagio de que la primavera asoma a la puerta.

No podemos olvidar la paleta de algunos pintores cuyo color preferido ha sido o es el amarillo. De entre todos ellos quiero destacar a Vincent van Gogh al que inmediatamente asociamos con este color.

Segundo Oar-Arteta – Etniker Bizkaia – Grupos Etniker Euskalerria

Para más información puede consultarse el tomo dedicado a Medicina Popular del Atlas Etnográfico de Vasconia.

 

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