El patrimonio cultural inmaterial está de moda. Con esta rotunda afirmación pretendemos reflexionar sobre la evolución que este ámbito patrimonial ha experimentado desde que en el año 2003, UNESCO redactase la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, ratificada en 2006 por el estado español y materializada posteriormente en herramientas como el Plan Nacional de Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial (2011), la Ley 10/2015, de 26 de mayo, para la salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial y las diferentes reformas que han conducido a la inclusión del término y su aplicación en algunas de las normas autonómicas.
Su desarrollo ha suscitado en los últimos años el surgimiento de determinados debates centrados, principalmente, en los diferentes modelos de gestión a la hora de llevar a cabo procesos de patrimonialización, su consideración en relación a otros ámbitos patrimoniales tangibles y el papel que desempeña en ello la comunidad portadora, entendida esta como el conjunto de personas protagonistas de las diferentes prácticas inmateriales clasificadas según los ámbitos establecidos por la Convención de 2003.
Un patrimonio vinculado directamente a las personas, donde la parte material es la base para el desarrollo de saberes y haceres, en ocasiones de honda tradición, cuyo riesgo más importante y acuciante es la vulnerabilidad a la que están sometidos. Fiestas, ritos, recetas, artesanías, elaboración de productos, conocimientos sobre la naturaleza, tradición oral, lenguajes y toda una serie de prácticas basadas en códigos tradicionales y consuetudinarios en su gran mayoría, son el objeto principal de gestión patrimonial por parte de la administración y con la implicación directa, aunque no en todos los casos, de las comunidades portadoras.
Paradigma de estos procesos de declaración a nivel internacional es el último proyecto que ha culminado con la inclusión del toque manual de campanas en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO, con la inclusión de algunos toques aún presentes en territorios vascos y navarros, salvaguardados por colectivos como «Juane» Arientzako kanpaijole eskola elkartea en Guipúzcoa o los Bandeadores de Artajona y los Campaneros de la Catedral de Pamplona en Navarra, entre otros muchos.
El toque manual de campanas es un lenguaje sonoro practicado desde hace siglos por comunidades de toda Europa. Su función principal a lo largo de los siglos como un medio de comunicación, ha satisfecho todo un conjunto de funciones sociales para la comunidad: informar, coordinar, delimitar el territorio y proteger. Los toques han servido tradicionalmente para organizar la vida comunitaria, delimitar el tiempo y el espacio laboral, diario, festivo y de duelo. De ahí que exista, tanto en el ámbito religioso como en el civil, un amplio repertorio y una gran diversidad de formas y técnicas que han anunciado incendios, tormentas, rogativas, horas y acontecimientos del ciclo vital, regulando, además, multitud de aspectos de la vida festiva, ritual, laboral y cotidiana.
Y una vez llegados al punto donde la declaración se hace efectiva, cabe replantearse las siguientes cuestiones: ¿sirven de algo las declaraciones relacionadas con este tipo de patrimonio? ¿Recogen y atienden las necesidades reales de salvaguarda que demandan estas manifestaciones? En ese sentido, una cuestión positiva en relación a estos procesos es la que tiene que ver con la visibilidad de la manifestación y su puesta en valor y conocimiento en la sociedad actual y entre aquellas otras comunidades donde su práctica compartida, hace décadas dejó de serlo como tal. Sólo aquello que se conoce, se valora.
La otra realidad de esta situación reside en manos de la Administración y su capacidad de gestionar este tipo de patrimonio. El interés de las instituciones públicas por el patrimonio, en muchas ocasiones está más relacionado con aspectos económicos y promocionales de este tipo de manifestaciones, que con las realidades propias de ámbitos como la artesanía o ciertas prácticas que se están viendo ahogadas por la globalización y la terrible despoblación en el ámbito rural, como es el caso del toque manual de campanas.
¿Debemos las personas encargadas de gestionar el patrimonio trabajar por potenciar los procesos de patrimonialización en los ámbitos más débiles de los bienes inmateriales? Claramente sí. Las metodologías empleadas para la salvaguardia deben adaptarse a las necesidades concretas de este patrimonio y a sus comunidades portadoras. No sirve de nada declarar manifestaciones inmateriales si ello no lleva aparejados aspectos tan importantes como la transmisión y la propia vida útil de estas prácticas, desde una perspectiva realista y global.
Julio César Valle Perulero – Área de consultoría
LABRIT ONDAREA-LABRIT PATRIMONIO