Un tema que siempre me ha interesado por lo desconocido y desconcertante que resulta, incluso para la ciencia, es el cerebro (humano) y su comportamiento a lo largo de la vida. Así que, con la animosidad que me caracteriza, voy a trazar una atrevida reflexión crítica.
Una de las principales diferencias entre el ser humano y el resto de los animales es la vivencia, diferente de la experiencia, que se conforma en un espacio temporal determinado y lo que esta provoca como recuerdo en la memoria: tan frágil como selectiva; tan física como psíquica en su concepción y proceso. No obstante, quien dice recuerdo, también dice olvido, producido por trastornos de la senectud, la enfermedad de Alzheimer, el deterioro cognitivo, etc.
Salvando las distancias entre lo que los estudiosos nos comunican, por medio de teorías, experimentos y pruebas, podríamos añadir el recorrido, nada corto, entre lo que defendemos haber vivido y lo realmente sucedido en una continua proyección oral-visual. La fina línea entre lo uno y lo otro conlleva un esfuerzo, en ocasiones de sinceridad, en ocasiones de control. Por lo tanto, es básico diferenciar entre la vivencia, basada en una parte de la experiencia directa y el recuerdo correspondiente, y el recuerdo de algo no vivido pero observado o escuchado.
En el mundo del Folclore, la Etnografía, la Historia (general o local), la Antropología (Cultural y Social), de lo que en los últimos años se ha tildado de ‘Memoria Histórica’ e incluso en otros campos afines, encontramos muchos casos llamativos y, cuando menos, problemáticos, acerca de la validez de la información recogida o recopilada.
Trasladado este comentario, de una forma concisa y rudimentaria, a la información obtenida personalmente, a través de encuestas, es obligada la pregunta de cuánto hay de veracidad en el testimonio oral: desde la interpretación del interlocutor hasta la posterior, y consiguiente, interpretación personal. En una ocasión tuve la oportunidad de discutir con un etnógrafo acerca de lo que hay de interpretación en la recogida mediante entrevista oral. La respuesta, al menos así lo entiendo yo, fue un tanto desconcertante: el entrevistador no interpreta, recoge. Como si nadie fuera subjetivo. ¿No nos damos cuenta que todos intervenimos, en mayor o menor medida, en ello?
Lo mismo podría suceder con la repetición de un dato recogido. Si es coincidente, de diferentes fuentes, por qué, entonces, en ocasiones, damos validez a variantes, que no son otra cosa que deformaciones del original.
No nos damos cuenta de que, en el mismo momento en que estamos dando por válida una información, esta pasa a formar parte del legado patrimonial, pese a ciertas carencias o errores de base. Y si, además, lo hacemos de manera premeditada por intereses personales de diferente orden, qué vamos a decir. Nos olvidamos del análisis crítico y/o el apoyo en determinados documentos escritos (dejando al margen, entre otros aspectos, la credibilidad, claro) y visuales, que pueden resultar incluso concluyentes. No sería la primera ocasión en la que, después de afirmar un hecho y extenderse su aportación cultural hasta la saciedad, aparece una fotografía que derriba la supuesta hipótesis.
Emilio Xabier Dueñas – Folclorista y etnógrafo