Apuntes de etnografía

Autor: Felix Mugurutza

El día de la Ascensión era un gran referente en el calendario de nuestros antepasados.

Según la lógica del cristianismo, se celebra cuarenta días después del Domingo de Resurrección y conmemora la ascensión de Jesucristo al cielo en presencia de sus discípulos.

Trasladado al entorno profano, la Ascensión es el final de un período concreto, que se inicia con el equinoccio y arranque de la primavera y que nos muestra el momento en que prados, bosques y campos de cultivo muestran el momento de mayor auge. Además, era momento de siembra.

De ahí que se activen una serie de rituales, de gran intensidad y participación popular, con el fin de evitar desgracias y sequías que malograrían las cosechas y pondrían en peligro la subsistencia. Y como se conmemora la ascensión de Jesucristo al cielo, qué mejor ocasión para rogar a los cielos que bendigan y llenen de vida los campos con su lluvia que será recibida “como agua de mayo”.

El día de la Ascensión siempre es en jueves y normalmente en mayo, como este año, 2024, que se celebrará el próximo día 9.

Pero en esta ocasión, lo que más nos interesan son las rogativas, los rituales que se celebraban en todas las poblaciones los tres días precedentes y que este año serían el 6, 7 y 8 de mayo.

Se acudía en procesión a diversos puntos de la población, por unos caminos específicos «para pedir a Dios la conservación de los bienes de la tierra y la gracia de estar libres de los azotes y desgracias». Es decir, para proteger la fertilidad de los campos y la vida misma.

Desgraciadamente, todos aquellos detalles, recorridos, ágapes… propios y exclusivos de cada población, están quedando en el olvido por lo que la recogida de testimonios orales es apremiante.

En Llodio, lo recuerda bien aún la gente de más edad. Pero la referencia más precisa se la debemos a la información que Abilio Benito envió a Barandiaran en 1936: «Los tres días anteriores se suelen organizar rogativas a casi todas las ermitas. El lunes salen a la de Santa Lucía; el martes a las ermitas de Santa Águeda y S. Juan y el miércoles a las de S. Bartolomé (primera parroquia del pueblo) y de Sta. Cruz.

En estas rogativas era costumbre el que fuera algún representante del Ayuntamiento: Y éste (el Ayuntamiento) era el que se encargaba de los gastos que ocasionaba el desayuno del preste [sacerdote] y de algunos otros que asistían.

[…] Por lo menos el camino que siguen para ir a la ermita de Sta. Águeda no suele ser el general, sino que van por uno especial, según la tradición; en las otras, es el mismo».

Sabemos gracias a la documentación local que, por mayo y quizá coincidente con las rogativas dadas las épocas referidas, se ordenaba en 1784 que «…todos los años, cuando los maises están ya sembrados, se suba al monte Arraño como hasta ahora aquí, a la bendición general de los campos».

De vuelta de nuevo a las rogativas, tal y como recuerdan los laudioarras de más edad, a la salida de la ermita, los asistentes eran obsequiados con un refrigerio que, en la de Santa Lucía, la más importante de ellas, consistía en unas tajadas de bacalao rebozado y queso con membrillo. Claro está, acompañado del vino necesario. En otras más humildes, como la de San Juan, se ofrecían algunas galletas y un poco de vino quinado «San Roque». A continuación, de nuevo se bajaba hasta la plaza en donde se rezaba.

Además, existía la superstición popular, todavía recordada, de que en esa semana de las rogativas no se podían sembrar alubias pues no germinarían.

Cosas de un pasado cercano pero que, indefectiblemente, van a ser devoradas por el insaciable olvido. Desdichadamente…

Felix Mugurutza – Investigador

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