Para que tenga lugar un establecimiento humano en sentido amplio, el primer paso es la roturación de la tierra (lurra atera o luberritu). Los desmontes temporales (labakiak o lur ebakiak) se observan siempre en media montaña, en terrenos comunales (herriko lurrak), que son a la vez recurso y reserva de roturaciones. En el Lapurdi de los años 1950, las landas ocupaban entre el 40 y el 75 % de la superficie comunal. Tanto el acceso libre como la explotación de este bien común estaban regulados por el Fuero.
Veamos la forma de proceder tradicional, conocida como labakitu, en Sara, en las laderas del monte Larhun. Se busca una planicie; delante del arbolado los almiares de helecho (iratze-metak) servirán para la cama del rebaño en la chabola (ardi-borda). Se desempedra (1) la parcela quemada (larrekia) y con esos materiales se levanta el cercado (3). Las cenizas se expanden en la tierra que será destinada al cultivo (2).
Hoy día divisamos tres pastizales circulares en las laderas de Altxaan: en la de la izquierda hay una borda dentro del cercado; en el primer plano se observa una borda con su pastizal; y en el otro lado del valle, dominado por el Esnaur y totalmente orientado al sur, se encuentra la casa Naguisenborda surgida a partir de una borda. En el horizonte se divisa la costa. Entre ambos, el alto de San Ignacio con su ermita (kapera).
La oligarquía campesina incorporó la práctica de las roturaciones que se convirtió en un factor de poblamiento: 1) en 1704 los Estatutos del Valle de Baigorri, que actualizaban los de 1570, no autorizaban cercar más que 3 acres (unas 120 áreas) de tierra comunal roturada. 2) en Lapurdi se autorizaban alrededor de 60 áreas a cambio del pago de una módica cantidad (itxidea); 3) en Zuberoa la extensión de terreno era similar y el arrendamiento por 4 años.
Tras la roturación, se abonaba la tierra (con marga, estiércol…) y se plantaba vid (¿emparrada?), un huerto (sobre todo manzanos, sagardoi) y en un terreno llamado larraina, un robledal joven. Eventualmente se levantaba una cabaña (borda) para guardar el rebaño y las herramientas. Pero si el arrendatario (bordaria) pensaba vivir allí con su familia, debía atenerse a las condiciones pactadas en el contrato durante la duración del mismo hasta lograr del arrendador la pieza para el cultivo cerealístico (alhorra), el prado para la siega (sorroa) y la tierra para la horticultura (baratzea) y la arboricultura. De esta forma subsistían estas haciendas (etxaldeak) como podían, merced a una mano de obra numerosa, sacrificada y resignada.
En 1819 un aldeano de Basaburua declaró: inmuebles, parcela y huerto, viñedos, heredades, prados, bosque, tuya y helechal; el libre acceso, según el cual el ganado que pagaba una cuota por cabeza, podía refugiarse en una choza si sus tierras estaban alejadas de la casa y el bosque con fines domésticos eran gratuitos.
En ocasiones los propios municipios fomentaban la venta de bienes comunales bien por necesidades de tesorería o como actuó la localidad de Senpere en el siglo XVIII “con la finalidad de crear nuevas fuentes de subsistencia”.
Michel Duvert – Etniker Iparralde – Grupos Etniker Euskalerria
Traducido por Segundo Oar-Arteta – Etniker Bizkaia – Grupos Etniker Euskalerria