Apuntes de etnografía

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Fuente: Archivo Fotográfico Labayru Fundazioa.

El 3 de febrero, celebramos san Blas, encajado dentro de unas fechas muy marcadas por creencias y rituales, probablemente anteriores, ya que parecen coincidir con el despertar de la naturaleza.

La Iglesia, una vez más, lo sustituyó por el culto al armenio Blas de Sebaste, san Blas, médico, obispo de Sebaste y mártir cristiano. Su devoción se expandió por toda Europa durante la Edad Media y desde entonces se le considera protector de los males de garganta. Y es de este último aspecto desde donde podemos deducir todas las costumbres de ese día que practicamos.

Bendición de alimentos

La primera de ellas y más general, consiste en la bendición en la misa de esa festividad de determinados alimentos con los que, supuestamente, protegeremos nuestra garganta y la salud en general durante todo el año.

También se bendecían alimentos para dar a los animales del caserío. Normalmente algo de pan para perros y gatos y algunas mazorcas de maíz para los bueyes y vacas.

El cordón

Aunque quizá la tradición más llamativa sea la del cordón de san Blas: un fino cordel de llamativos y variados colores que es bendecido en esta fecha y se porta atado al cuello durante un período de tiempo para ser finalmente quemado. De actuar así, adquirirá cualidades sanadoras y se convertirá en el amuleto perfecto para protegernos de todos los males de garganta.

Autor: Felix Mugurutza.

Nada sabemos con certeza del origen de esta costumbre. Pero dentro de este desconocimiento, se han aventurado diversas especulaciones como que se comenzaría a utilizar en alguna epidemia en concreto. Nosotros apostamos por otra explicación, curiosa, que por lógica nos gusta más, y que plantea que el cordón surge de la bendición tradicional de los alimentos en ese día.

Efectivamente, para llevar las rosquillas, etc. hasta la iglesia se usaban al parecer cordeles de vistosos colores e incluso alambres. Al llegar de nuevo al hogar, alguien, en algún momento de la historia, se percataría de que aquellos amarres también estaban bendecidos. Y por tanto podrían aprovecharse y usarse como elemento protector en vez de tirarlos.

Encajaría a la perfección con las notas que, desde nuestro pueblo, Laudio, le remite a J. M. Barandiaran en 1935 uno de sus alumnos en el seminario, al que el sacerdote había encargado indagar en su pueblo. El seminarista era Juan Egia Orue, del caserío Torrejón y recogió que, en aquel Laudio de hace un siglo, «se bendicen además [de los alimentos para personas y ganado y en referencia a los cordones del cuello] toda clase de collares metálicos o de hilo». Collares metálicos…

Hasta cuándo

Tampoco ahí nos ponemos de acuerdo porque en la actualidad es normalmente hasta el Miércoles de Ceniza y, sin embargo, otro de los informantes de Barandiaran, su alumno laudioarra Daniel Isusi, del caserío Zabalaberrio, le contesta en el año 1935 que los cordones estarán «…atados al cuello de cada uno de la familia. Lo han de llevar hasta el año siguiente». Añadiendo a continuación que «…en caso de que a alguno se le rompiese en el transcurso del año, lo lanzará instantáneamente al fuego, después de hacer la señal de la cruz». Amén.

 

Felix Mugurutza

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