La noche y fiesta solsticial de San Juan desde hace siglos se han venido asociando a una infinidad de rituales de protección: utilización benefactora del agua manada en esta fecha, la libre circulación aérea de seres subterráneos y aéreos perjudiciales, el uso purificador del fuego y la importancia del astro rey en esa singular festividad. Si el sol ha propiciado la creencia colectiva de ser el día más largo del año (científicamente desmentido) y su singular y esperada danza al amanecer (efecto óptico conocido por sundog o parhelio) y las hogueras ululan la luz nocturna con sus llamas o hacen danzar las sombras de los que las rodean, no es de extrañar que las personas y comunidades quedasen prendadas por el espectáculo visual del momento, tratando de emularlo en sus actividades festivas domésticas o colectivas.
Absorto en este pensamiento frente a las reguladas hogueras actuales, me preguntaba cómo ha variado esta impactante festividad de San Juan y hacia qué derroteros se dirige en la actualidad. Empezando por los cambios laicistas o naturistas, frente a la línea cristianizada, de la denominación: Solsticio de verano o fiesta solsticial de verano. Asociados a una estereotipada relación con el mundo de las perseguidas brujas y aquelarres (ya en las arrancadas confesiones de las víctimas inquisitoriales, se señalaba que se producía absentismo sabático por asistir a la fiesta de San Juan) y se inducen artificiales guiños al mundo exotérico o místico.
Los símbolos vegetales, a excepción del clásico árbol de San Juan y algunas salvedades, se prodigan como reclamo estético o turístico. Los cuidados de piel y cabello han oscilado del uso benefactor del agua a manos de la industria cosmética y farmacéutica. Todavía recuerdo la cara de alegría y la expresión de emoción de las octogenarias carranzanas, al hablarme de esta noche mágica con sus lavados de cara y pelo, la verbena iluminada por la hoguera y la excepcional libertad de poder trasnochar. Es evidente el cambio de contexto y realidad social que incide de modo directo en la forma de vivir o entender esta señalada y tradicional festividad sanjuanera.
En la actualidad, el particular fuego de heredades, caserías y barriadas está imbuido en la plaza pública junto a monumentales hogueras (donde se queman nuevos materiales, no deseados o inservibles) que anuncian el estío de verano y son rodeados de una parafernalia escenográfica basada en luz y sonido. Sin obviar las licencias y medidas obligadas de seguridad al organizar dichos eventos. Creando por doquier abigarrados espectáculos teatralizados, coreográficos y musicales basados en la estética urbana o inspirados en ideaciones de la tradición que son acompañados de romerías o verbenas, sostenidas por altos niveles de decibelios y vatios.
Para concluir, no se entienda este artículo como una crítica, sino que la única intención es constatar la transformación y modificación de dicha celebración sobre las bases tradicionales y ajustándose a una nueva realidad actual. Aunque manteniendo un substrato común o subrayando aspectos comunitarios como la relación colectiva e intergeneracional, el binomio de iluminación-penumbra o agua-fuego, la irresistible necesidad humana de celebración festiva y nocturnidad de toda una comunidad como preludio del ansiado periodo estival vacacional.
Josu Larrinaga Zugadi – Sociólogo