Apuntes de etnografía

Luna llena de Semana Santa. Josu Larrinaga Zugadi.

La Semana Santa es, sin duda, el ciclo festivo más profundamente vivido con religiosidad por la comunidad católica o cristiana. Y de forma pedagógica y con un aire medieval, los rituales y la imaginería procesional sirven de metodología visual de los conceptos y preceptos propios y básicos de dicho credo o culto.

Con la celebración del Miércoles de Ceniza y la ‘imposición de ceniza’ se daba por concluida la algarabía festiva de los Carnavales y se iniciaba el periodo de recogimiento y ayuno constituido por la Cuaresma. Esta cuarentena religiosa queda limitada por el Domingo de Ramos, que preludia el carácter penitente de la devota Semana, y esta se determina, a su vez, por la luna llena de la Pascua de Resurrección.

Arcángel san Miguel de Xemein. Josu Larrinaga Zugadi.

Dejando de lado algunos aspectos clásicos y configurativos de la Semana Santa en nuestro marco geográfico, como pueden ser los oficios religiosos, vía crucis, procesiones, solemne ambiente musical o rituales de toda índole, encontramos la humana figura de Jesucristo, que nace, muere y resucita (trilogía secuenciadora de la Naturaleza, los Carnavales o el rito del eterno retorno e incluso la vida humana).

Durante el Jueves y Viernes se conmemora su muerte, donde seres celestiales lo custodian en su viaje mortuorio con un singular arcángel que es seguido por un séquito de inocentes ángeles. Espectacular figura vestida con traje guerrero que en la procesión del Santo Entierro va con actitud defensiva frente al féretro del Cristo Yaciente, y sus movimientos son mecánicos, pausados y con atisbos de ejecutar una especie de danza lenta, silenciosa y parsimoniosa. Es la versión persistente del arcángel san Miguel o san Gabriel de algunas localidades (Segura y Azkoitia en Gipuzkoa), desaparecida en otras (Elorrio en Bizkaia, y Hondarribia y Zarautz en Gipuzkoa).

La muerte y el Mingorri de Lekeitio. Josu Larrinaga Zugadi.

La figura representativa de Cristo como sol verdadero (Navidades o la festividad del Corpus Christi) se ve eclipsada en estas fechas por la luz de la luna llena en el momento de su muerte y el posterior cataclismo de las eternas tinieblas. Vemos, año tras año, la pleitesía o sometimiento de los cuatro elementos básicos de la vida natural (idea gestada por los presocráticos y en cierta confrontación con la concepción pagana de un mundo celeste, otro terrenal y un tercer ámbito subterráneo). Agua que al día siguiente toma el protagonismo benefactor contra todo tipo de peligros; fuego limitador del inicio y final de la Pascua o sometiendo con sus llamas todo el devenir anterior; sonidos en el aire que rompen el sacro silencio (instrumentos de viento como flautas o tubas, tambores destemplados, desajustados o caóticos ruidos de madera, etc.); y la tierra representada por protectores vegetales en forma de ramos o simbólicas cruces (olivo, laurel, madera, etc.).

Todo ello actuando frente a las fuerzas oscuras del maligno y sus hordas (paganos, apóstoles traidores, judíos, romanos, seres nocturnos o mitológicos, etc.) que la mentalidad popular va a tildar de culpables o responsables de su fatídico sacrificio, ejerciendo sobre ellos su desaprobación ruidosa y la quema figurativa de peleles o incluso haciendo burla y chanza de su oscuro poder. No es raro observar la aparición del mutante demonio en forma de serpiente o dragón, reducido a un irrisorio dragón al que los niños de Lekeitio (Bizkaia), a modo de sorna irreverente, le colocan en su larga lengua los hilos pegajosos del clásico caramelo de malvavisco. Junto a este negativo cortejo aparece la recurrente y omnipotente idea de la figura de la muerte, que nos recuerda nuestro inexorable destino humano.

Josu Larrinaga Zugadi – Sociólogo