A veces, solo a veces, el criado vive mejor que el amo. Esto pasa en el valle navarro de Izagaondoa, en Zuazu, al pie de la peña de Izaga. Pero lo primero es presentar a los personajes para que sepamos de quién, o de quiénes, estamos hablando.
El amo es una imagen, de respetable tamaño, que representa al arcángel San Miguel, anfitrión por excelencia de una ermita, atípicamente grande, nada menos que de tres naves, que está cerca de la cima de la mencionada peña de Izaga, antaño conocida como Higa de Izaga. Hasta allí llegan anualmente varias romerías penitenciales, es decir, columnas de romeros entunicados y cubiertos, con pesada cruz alzada sobre sus espaldas, que entran a la ermita a ritmo de letanías en latín, y que se postran en gozos ante San Miguel, protector de todo el entorno, léase de los valles de Izagaondoa, Unciti y Lónguida.
El criado, conocido aquí como el criadico, es una pequeña imagen de San Miguel que se venera en la iglesia parroquial de Zuazu, uno de los pueblos de Izagaondoa que queda bajo la protección del “amo”. Y digo que vive mejor el criado que el amo porque aquí el invierno es duro, muy duro, ¡gélido!, y mientras el criado lo pasa a buena temperatura dentro de la iglesia que lo acoge, al amo le toca pasarlo en lo alto, en una desangelada (nunca esta palabra había sido tan mal usada) ermita, azotada en sus cuatro costados por las inclemencias meteorológicas propias de esas latitudes.
Pues bien. Sucede que desde finales de septiembre hasta principios de mayo el criadico recibe en Zuazu, con gran devoción, las visitas de los lugareños del pueblo y del valle. Postrados a su vera le cuentan problemas, penas, desgracias y todo tipo de sucedidos, seguido siempre de la petición de intercesión implorando que las penas sean menos penas, para que los problemas encuentren solución, y para que las desgracias encuentren el consuelo que merecen. Y ese pequeño San Miguel, el criadico, no solo escucha paciente a todas las personas devotas que a él se acercan, sino que mentalmente toma nota de todo para que nada quede olvidado, para que nada quede sin atender.
Para que así sea… haga sol, lluvia o nieve, sea fiesta o jornada laboral, las puertas de la iglesia de Zuazu se abren el 8 de mayo. Allí se reúnen un grupo de vecinos de Artaiz, Zuazu, Reta, Ardanaz e Iriso, quienes después de una oración colectiva, colocan a la pequeña imagen sobre unas andas, diseñadas para que pueda ser portado por dos personas; y, mientras suenan las campanas, una piadosa comitiva sale del templo acompañando al criadico en su ascenso hacia Izaga por un zigzagueante y ascendente camino de herradura, en el que tan solo hacen un alto para echar un rezo mirando hacia Ujué, un camino que recorre bosques y pastos hasta llegar casi a la cumbre, pues la ermita está un poco más abajo.
Y allí se le entra al criadico, y se le junta con el amo. Y se reza, y se canta, y se almuerza… Y por la tarde las puertas del templo se cierran, y amo y criado se quedan a solas… hasta septiembre. Tiempo más que suficiente para que el criadico le ponga al día, le hable de difuntos, de problemas, de peticiones, de necesidades, de cómo va la cosecha, de qué ha pasado y qué ha dejado de pasar; es intercesión divina con dos intermediarios en lugar de uno. Y lo mejor es… que nadie queda sin ser atendido.
Lo dicho, el 8 de mayo, como siempre. Desde hace siglos.
Fernando Hualde – Etnógrafo – Labrit Patrimonio