Plaza Santiago en Bilbao. Último sábado de mes. 21:00 horas. Siguiendo la costumbre de antaño, se celebraría una romería en este encantador rincón de Bilbao, si no fuera porque estamos en plena pandemia. Y si así fuera, ¿qué pensaría nuestra abuela centenaria si la ubicáramos en mitad de la plaza? Seguramente disfrutaría viendo tanta gente bailando, ¿pero sería capaz de bailar con ellos? No lo creo. Sentiría quizá como si se encontrara en otro lugar, lejos de la villa que la vio crecer. Y no le faltaría razón. El Bilbao de hoy no es el Bilbao que ella conoció. La villa ha cambiado, igual que ha cambiado la forma de bailar de sus gentes y el repertorio musical que se escucha en sus plazas. De eso tratan estas líneas.
Si revisamos el repertorio que sonaba y se bailaba en las romerías de principios y mediados del siglo XX, nos percataremos de todo lo que ha variado. Debemos tener presente que nuestra percepción tampoco es la misma: estamos acostumbrados a escuchar mucha música, nos hemos habituado a un sistema de afinación concreto y hemos desarrollado nuestras propias formas de hacer música. La música ha dejado de ser mero esparcimiento y hemos pasado a valorarla de otro modo.
Antes, hace cien años, lo común era bailar durante una tarde entera al son de unas pocas piezas. La función que cumplía la danza era muy diferente: baile y música eran pretexto y recurso para relacionarse con los demás. No hay más que ojear el repertorio de los músicos de la época.
El nacionalismo anterior a la guerra abogó por lo que podríamos calificar como divorcio entre ‘nuestras’ danzas y las ‘foráneas’, al igual que sucedió en otros aspectos (mujer y danza, indumentaria, instrumentos musicales…). Comenzó a definirse la romería ‘vasca’, fomentándose el baile al suelto, que no al agarrado, principalmente fandango o jota, porrusalda o arin-arin y pasacalles (hubo incluso prohibiciones). Y así es como se creó el modelo de romería que aún pervive en el siglo XXI.
La crisis que atravesó el folklore vasco a mediados del siglo XX sustentó la participación de los recién surgidos grupos de danza y trajo consigo la importación de sus esquemas. A los bailes libres les sucedieron, pues, los coreografiados. No se trata de que los músicos toquen y nosotros bailemos, sino de que los músicos toquen coreografías que ya conocemos. La coreografía adquiere, en consecuencia, el protagonismo que la música pierde.
Los bailes nunca se repiten en las romerías que se organizan ahora. Los participantes suelen pedir muchas coreografías, todas ellas sencillas y breves. No hablo desde la nostalgia. Es lo que tienen los nuevos tiempos. Ni mejor ni peor. Eso sí, debemos tener en cuenta la memoria, la melodía, la improvisación y el hecho de que las danzas tradicionales más largas en duración ocupan un lugar muy reducido en nuestras plazas.
Hacemos zapping en la vida y también en el baile. Ya no se diría aquello de “tócala otra vez, Sam”, sino más bien “toca otra, Tom”.
Patxi Laborda – Integrante del grupo de danza Aiko y profesor de danza de Bilbao Musika
Traducido por Jaione Bilbao – Departamento de Etnografía – Labayru Fundazioa