Última semana de mayo, primera quincena de junio… todo depende del estado de los pastos, de cómo vaya la primavera; pero en cualquier caso es el momento de dejar las Bardenas Reales y enfilar por la milenaria Cañada Real de los Roncaleses con los rebaños de ovejas rasas en busca de los pastos de alta montaña del Valle de Roncal. Igual que se hizo el año pasado, y hace cinco, y hace cien, y hace más de mil años. Es tradición largamente milenaria y es derecho bien ganado, a base de bravura en el combate, por los roncaleses; no en vano fueron pastores en tiempos de paz y soldados en tiempo de guerra. Aquel temple guerrero es el que les convirtió en el año 882, en los primeros congozantes, también copropietarios, de las Bardenas Reales por disposición del rey Sancho García.
Lo cierto es que, desde entonces, y han pasado ya 1142 años de aquello, antes de que en otoño caigan las primeras nieves en el Roncal son miles y miles las ovejas que, dirigidas por los pastores y los iraskos (chotos, o machos cabríos, castrados), abandonan el valle recorriendo Navarra de norte a sur para pasar allá abajo el invierno. Meses después, antes de que la primavera acabe, hacen el mismo recorrido pero a la inversa. Es, por tanto, en estos días cuando están subiendo los rebaños. La trashumancia roncalesa, aunque en su momento más bajo de la historia, todavía está viva.
Estas semanas de atrás en los corrales bardeneros se han esquilado las ovejas para proceder seguidamente a marcarlas con pez, siempre en el mismo lateral. Es el ritual que precede al desplazamiento por la cabañera (cañada). El día anterior a la salida se preparan las esquilas de los iraskos, y la mañana de la salida, bien temprano, se tienden esos enormes cencerros en el suelo con los collares puestos y… es el momento de colocarlos abrazados a los cuellos de sus portadores. Es el momento de la salida.
El espaldero bien ceñido, la alforja al hombro bien repleta de bota y companaje, calzado el de siempre… y el perro bien aprendido, porque sin él sería imposible. Atrás se quedan los corrales bien cerrados hasta después del verano, atrás queda la Virgen de Sancho Abarca que los roncaleses descubrieron y los taustanos adoptaron como patrona; atrás quedan tierras resecas y caminos pedregosos.
Allí, debajo del castillo de Sancho Abarca, desde el “Juego de la Pelota”, al pie del Cabezo del Fraile y con el sonido de fondo de los gritos de los pastores, de los ladridos de los perros, y del tintineo de cientos de esquilas que llevan las ovejas colgando de las canablas, se pone en marcha el rebaño levantando la consiguiente nube de polvo. Digno de ver. Por delante esperan seis días de recorrido en los que hay que atravesar la Bardena y, por tierras de Carcastillo, Peña, Sangüesa, Javier y Leyre… llegar, entrando por Burgui, al Valle de Roncal.
Antaño se hacía esto de una manera discreta, formaba parte de lo cotidiano; hoy… parece que se barrunta que esta actividad tradicional peligra, y estos desplazamientos atraen a fotógrafos, periodistas y cámaras de televisión que buscan levantar acta de una forma de pastoreo que cualquier día nos sorprenderá con el adiós definitivo. Mientras esto suceda diremos que la Cañada Real de los Roncaleses está viva, forjada durante siglos por millones de pezuñas de ovejas y cabras, repleta de historia e hija de esta, recordatorio permanente de un oficio que merece mucho más que un monumento, trashumancia… a la que quien esto escribe debe su existencia, que la hemos mamado y que la llevamos en la sangre con todo el orgullo que pueda caber en nuestro corazón.
Fernando Hualde – Etnógrafo