El tiempo de Navidad en la cultura tradicional se iba fraguando en una sucesión de fiestas previas (Santa Bárbara, San Nicolás, La Inmaculada, Santa Lucía o Santo Tomás) y todo ello, para llegar al epicentro festivo del ciclo (Navidades, Inocentes, Año Nuevo y Reyes). Acompañando a este proceso temporal se iban sucediendo una serie de repeticiones cíclicas, como el mito del origen humano y de la propia cristiandad, los rituales de renovación (secuenciación bíblica, ritmos naturales o generacionales, etc.) o procesos adivinatorios situados al inicio del año, ceremoniales del ciclo anual, vital y diversas solemnidades de paso.
Sin olvidar una serie de rituales de protección (mediante agua, fuego, pan, etc.) de colectividades, personas, animales domésticos, cosechas y bienes inmuebles o materiales contra un conjunto de peligros que pueden acechar o afectar a la salud, perjudiciales fenómenos atmosféricos o sospechosos accidentes atribuidos a seres malignos u oscuras fuerzas y acciones.
Era y es manifiesta la creciente actividad en este periodo previo para hacer el acopio invernal de suministros y provisiones. La compra o trueques de animales en las abundantes ferias que salpican en esta fecha nuestra geografía, el acumular alimentos y preparar buena parte de la intendencia doméstica (leña, carbón, forraje, agua, pan, etc.) que derivarán en sosegadas tradiciones de comensalidad, las socorridas bendiciones de poblaciones, campos y animales ante las crecientes inclemencias del clima.
Y de modo especialmente simbólico, las recurrentes cuestaciones que se transformaban en visitas de buena vecindad conllevando a los moradores de alejadas casas y barriadas los clásicos parabienes y deseos de prosperidad o buenas nuevas (en forma de renovadora agua, aguinaldos, bendiciones de todo signo y condición, solidaridad vecinal e intergeneracional, etc.), recolectando alimentos (necesarios o no) o dinero; y sobre todo, la búsqueda de la cohesión social de toda la comunidad.
Nos trasladamos ahora a una serie de procesos de socialización dinámicos y al cumplimiento sistemático de ciertos ceremoniales o rituales de paso que iban asociados a la elección de representantes entre iguales o en el seno de sus distintas categorías de edad. A nivel doméstico, propiciaban singulares regencias (rey o reina designados por la baraja, rey de faba o haba, etc.) que ayudaban a animar las largas sobremesas; y en el ámbito público, se producían una serie de cargos honoríficos festivos concretos (jefes de juventud) o papeles de cometido introductorio y de emulación a la asunción de corresponsabilidad colectiva adulta.
En definitiva, frente al letargo obligado por el invierno y la dificultad de una segura movilidad espacial (estado de los caminos, peligros de alimañas o fenómenos atmosféricos, sobreesfuerzo físico personal o situaciones de riesgo, acortamiento de los periodos de luz, etc.) eran momentos donde se concentraban y sucedían una serie de hechos sociales que buscaban o tenían una serie de finalidades manifiestas como latentes, vehiculizadas en el mantenimiento renovado de rituales, tradiciones y costumbres o simultáneamente, en el fomento de las ansiadas interrelaciones colectivas como generacionales.
Josu Larrinaga Zugadi
Sociólogo