En una cultura ganadera como la asentada en el Valle de Carranza (Bizkaia), el vínculo desarrollado con las vacas, de cuya producción vivió una parte importante de la población del Valle, fue tan estrecho que dio lugar a expresiones utilizadas para hacer referencia a rasgos y comportamientos humanos.
Así, para quien hablaba más de la cuenta o decía algo inconveniente se empleaba la expresión echar la lengua a pacer, ya que cuando las vacas están pastando barren la hierba con la lengua para acercarla a la boca antes de arrancarla. De quien es vago en demasía se dice que se caga de echao, porque cuando las vacas están tumbadas rumiando defecan sin molestarse en levantarse. Al hombre que no manifiesta excesiva preocupación por su propia prole se le aplica lo de que ningún toro grama [brama] por su cría, y de quien se muestra especialmente inquieto se dice que da más vueltas que un toro pa’echarse (aunque es más común atribuirlo al perro). Al que muestra un carácter indómito se le tacha de monchino, como al ganado bravo que se criaba en los montes del Valle. De la mujer menuda de tamaño y que aparenta juventud a pesar de los años se asegura que la vaca pequeña siempre parece novilla. Y cuando en una discusión alguien se percata de que es imposible convencer al rival o llegar a un acuerdo, suelta un déjalo a prao, más o menos equivalente a déjalo estar, reflejo de una tierra dominada por un paisaje de praderas.
Un aspecto muy importante en una cultura ganadera tiene que ver con la reproducción. Los verbos y expresiones que se utilizan cuando el toro cubre a la vaca (antes de que se generalizase la inseminación artificial), como coger o montar, se han empleado también para los humanos, sobre todo cuando en el contexto en el que se usan domina la sorna.
Para hacer referencia al celo de la vaca se emplean expresiones como salir al toro o andar al toro, que en ocasiones, con tono jocoso, se han aplicado a las mujeres. Incluso se oyen entre las ganaderas de una cierta edad, como cuando, por ejemplo, se hallan en la cocina y debido al excesivo calor de la estancia causado por el fuego del hogar alguna de ellas exclama: “Abre la ventana, que vamos a salir al toro”.
Pero en lo que atañe a la reproducción el mayor vínculo se establece en la duración del periodo de gravidez, ya que de todas las hembras de las distintas especies ganaderas criadas la preñez de las vacas es la única que dura nueve meses. Además, la condición de preñada se ha aplicado igualmente a las mujeres; ahora, paradójicamente, para la gente joven ajena al mundo rural, las vacas grávidas están embarazadas. En la cultura tradicional, antes de que se difundiese el uso de los antibióticos, los cuidados a los que se sometían las vacas recién paridas para que no enfermasen y reducir así el peligro de que muriesen eran equivalentes a los que recibían las puérperas.
Por último, recoger un dicho que se aplica a los carranzanos para explicar su carácter sosegado hasta que se les incordia y aflora su naturaleza rebelde:
—¿De dónde es el ganao?
—De Carranza.
—Déjalo echao, que si se levanta se espanta.
Luis Manuel Peña