Al reconocer que la tradición es un concepto en constante movimiento reconocemos también que no siempre se dirigirá hacia donde deseamos. Ahora bien, quienes formamos parte de esa tradición y la fomentamos debemos ser conscientes de la responsabilidad que ello conlleva. Lo que hagamos trascenderá, de un modo u otro, en la evolución y el futuro de dicha tradición.
Sin prisa, pero sin pausa, la danza tradicional tiende hacia la normalización, alejándose así de la diversidad. Ha tomado un camino que podría estimarse acertado, o todo lo contrario, dependiendo de cómo se mire.
La modificación de los canales de transmisión ocasiona cambios que afectan directamente a aquello que se transmite: en este caso, la danza tradicional. Cuando la transmisión tiene lugar en una escuela o un curso de danza, la persona que transmite debe irremediablemente plantearse qué es lo que desea transmitir y, por tanto, esquematizar y adaptar un sistema originalmente muchísimo más amplio de lo que se muestra.
Hace poco alguien me comentó algo en torno a la jota. Me dijo que, en su opinión, nosotros (el grupo de música y danza Aiko) tratamos de estandarizar un sistema que dista en gran medida de las jotas más bien modestas, de dos o tres pasos como mucho, que se bailaban en nuestros pueblos. Y digo jotas, en plural, porque soy consciente de que eran y siguen siendo diversas en cuanto a movimientos y estructuras coreográficas (parejas, cuartetos, hileras, círculos o coreografías más complejas). No le falta razón. Y es que hemos apostado por un método de enseñanza que premia la libertad, la creación y la comunicación, que puede ser tan sencillo o complicado como se requiera. Pretendemos que sea un modelo abierto y holgado que posibilite el desarrollo tanto individual como colectivo. Esa ha sido nuestra intención.
La función primordial que cumplía el baile en la plaza era la de favorecer las relaciones entre unos y otras. Según el sistema coreográfico tradicional, la danza podía asimismo adquirir significados adicionales, tratárase de un concurso, tratárase de una exhibición, escenarios en los que el baile era, por sí solo, el único propósito (me gusta bailar y deseo que mi forma de bailar sea del gusto de los demás). No obstante, a fin, sobre todo, de relacionarse con la pareja o el grupo de baile, en la plaza se bailaba, por lo general, de manera sencilla y natural. Considero que el modelo ha cambiado y continúa cambiando: la comunicación sigue siendo un factor importante, pero mucha gente baila por el simple placer de bailar, planteándose nuevos retos que les permiten concebir la danza como medio de autoexpresión y desarrollo personal, tanto o incluso más que interactuar en sociedad. Hay personas a quienes les gusta ir más allá, y eso, aunque quizás no abiertamente, siempre ha sido así. Cierto es que antes no era común dar con artistas que exploraran vías coreográficas novedosas, pero hoy en día es incluso frecuente que busquen definir sus propios límites. Seguramente sea una de las características distintivas de la danza popular de principios del siglo XXI.
No creo que esa tendencia sea en sí misma buena o mala. Sería pernicioso si el modelo a seguir presupusiera que quien no sigue los nueve pasos de una jota o no los ejecuta sobre las puntas de los pies no baila como es debido. Pienso que el hecho de marcar en un mapa posibles destinos no nos obliga necesariamente a visitar todos y cada uno de ellos, pero sé que podría malinterpretarse, siendo responsabilidad de quienes somos transmisores arrojar luz, siempre que se pueda, sobre estas cuestiones.
Al fin y al cabo, la danza es una lengua y, al igual que ocurre con otros sistemas de comunicación, no se requieren grandes conocimientos para poder expresarse con el cuerpo.
Patxi Laborda – Integrante del grupo de danza Aiko y profesor de danza de Bilbao Musika
Traducido por Jaione Bilbao – Departamento de Etnografía – Labayru Fundazioa